Conservación y energía limpia se dan la mano en las granjas solares
Noah Tobias
Cerca de la intersección de la autopista 150 y la carretera de Sherrills Ford, en el condado de Rowan (Carolina del Norte), 20.000 paneles solares se alzan en la esquina de una granja de caballos. En medio de este océano de silicio, el mundo natural vive y respira.
Bajo los paneles florecen plantas salvajes, y de las zanjas brotan hilos de algodoncillo. Si uno mira con atención, quizás atisbe una mariposa monarca bailando entre los capullos de color rosa pastel, con sus alas anaranjadas llenas de líneas negras y puntos blancos.
Se trata de una curiosa forma de ayudar a la delicada fauna a sobrevivir al cambio de clima y a la pérdida de hábitat. Para conservar las especies amenazadas, los ecologistas están empezando a confiar en una herramienta que tradicionalmente ha tenido una complicada relación con la biodiversidad: la energía solar.
Carolina del Norte es el cuarto estado del país en cuanto a generación de energía solar, por detrás de California, Texas y Florida. Proporcionalmente, el estado está por encima de lo que podría parecer. “Las cifras no tienen tanto que ver con el lugar donde hay sol como con el entorno normativo y económico”, afirma Liz Kalies, Directora de Ciencia de The Nature Conservancy en Carolina del Norte.
Desde sus inicio, la industria solar gozó de cierto auge en Carolina del Norte, gracias a las políticas estatales que permitieron a empresas de servicios públicos negociar acuerdos a largo plazo con instalaciones solares, poniendo en marcha una ola de financiación hacia el desarrollo de energías renovables. En 2017, los investigadores de la Universidad Estatal de Carolina del Norte predijeron que la energía solar podría aportar entre el 5 y el 20 por ciento de la electricidad de Carolina del Norte en la próxima década, requiriendo 140.000 acres de tierra.
El coste del progreso
Este progreso, sin embargo, tiene un coste. “Los promotores están empezando a quedarse sin terrenos limpios y baratos”, afirma Kalies.
Las granjas solares requieren amplias extensiones de espacio abierto para que los rayos de sol puedan llegar a las matrices. Cuanta más luz solar llegue a los paneles solares, más energía producirán. Es por ello que las empresas construyen densas redes en campos despejados.
Esta avalancha de tecnología tiene graves repercusiones en los ecosistemas locales. Las granjas solares pueden fragmentar el hábitat en trozos pequeños y dispersos, cortando las rutas de migración de los animales nómadas. “De hecho, tenemos datos que demuestran que cuando un animal llega a una zona en la que sólo hay césped, se detiene, da la vuelta y vuelve por donde ha venido”, explica Gabriela Garrison, bióloga de la N.C. Wildlife Commision.
La cantidad de tierra destinada a la deforestación y a la construcción de granjas solares en Carolina del Norte se acerca hoy a los 10.000 acres. A pesar de su pequeño tamaño, esta cifra supone la mitad del territorio reservado para huertas solares, una tendencia preocupante, ya que el sector continúa su rápido crecimiento.
Salvar las especies amenazadas
A pesar de su impacto en la fauna local, la energía solar ofrece una oportunidad única para salvar especies amenazadas.
Si los promotores instalan vallas protectoras alrededor de sus granjas, pueden crear corredores naturales para el paso de los animales. Los instaladores también pueden llenar los espacios entre y debajo de los paneles con plantas que proporcionen alimento a criaturas locales, como el algodoncillo, la única fuente de alimento para las orugas monarca.
Muchos terrenos en los que los promotores construyen huertos solares están en barbecho, lo que significa que no han sido cultivados. “No producen flores ni tienen buenas proteínas”, explica Bryan Tompkins, biólogo del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos.
El Plan de Acción Estatal para la Vida Silvestre de 2015 menciona 28 insectos como especies prioritarias en esfuerzos de conservación. El desarrollo de los campos en barbecho puede hacer que estas criaturas amenazadas vuelvan a estar al borde del abismo. Junto a diferentes empresas de energía solar, Tompkins y Garrison se dedican a plantar vegetación autóctona en las granjas solares industriales de Carolina del Norte, y los resultados han superado sus expectativas.
En un estudio realizado por The Nature Conservancy, los investigadores descubrieron una gran diferencia en el número de insectos entre las granjas solares tradicionales y estos nuevos espacios experimentales. La vuelta de especies polinizadoras a estos terrenos suponen la vuelta de la vida autóctona a unas tierras que ya la habían olvidado.
“La triste realidad es que estamos experimentando un declive en la mayoría de polinizadores”, explica Tompkins. “Hemos demostrado que no sólo es posible desarrollar estos sitios, sino que si los creas, vendrán”.
Beneficios para otras especies
Las ventajas de plantar vegetación local no se limitan únicamente a los insectos. “En el mundo de la fauna, lo llamamos hábitat de sucesión temprana”, dice Garrison. “Hay muchos beneficios para las aves que anidan en el suelo, los herpetos (reptiles y anfibios) y los pequeños mamíferos”.
Incluso la normativa impuesta por las ordenanzas locales ofrecen posibilidades de ayuda a la fauna. El productor de energía solar Birdseye Renewable Energy, obligado a plantar barreras vegetales para limitar la visibilidad de su emplazamiento, empezó a trabajar con Tompkins para cultivar setos autóctonos, que proporcionan un hábitat a las criaturas y reducen los costes.
Los árboles no autóctonos “son buenos para proteger, pero sólo si se pueden regar cada dos días”, explica Tompkins. Con los setos autóctonos, los equipos de mantenimiento rara vez tienen que segar o regar.
Una vez que un parque solar ha cosechado su último rayo de sol, normalmente después de unos 30 años, los promotores empaquetan los paneles y se deshacen de ellos, dejando atrás las plantas que crecieron cerca. Si los promotores crean ecosistemas autóctonos alrededor de sus emplazamientos, la tierra florecerá una vez que se hayan ido.
Kalies, de The Nature Conservancy, analiza la relación entre la energía solar y la fauna sensible. Dice que el éxito depende de dos factores: dónde colocan los promotores las granjas solares y qué hacen con ellas una vez construidas.
En un informe sobre el emplazamiento y el diseño de estas instalaciones, Kalies escribió que los promotores deben evitar aquellas “zonas de resistencia”, espacios que la fauna emplea para alejarse de la presencia humana. The Nature Conservancy ha trazado una red de áreas resilientes en todo Estados Unidos. Kalies sostiene que los promotores deberían trabajar en torno a estas comunidades naturales, situando los parques solares en campos vacíos y terrenos industriales. De este modo, los promotores pueden recrear y preservar los ecosistemas en lugar de destruir los que ya existen. “No deberíamos tener que elegir entre los bosques y la energía limpia”, escribió Kalies.
Kalies explica que es posible conseguir que los promotores se sumen a la conservación.
“Las empresas de servicios públicos tienen mucho poder. Intentamos hablar con las personas que toman las decisiones”, explica.
A pesar de algunas victorias, Tompkins, biólogo del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EE.UU., explica que aún queda trabajo por hacer. “Estoy orgulloso de lo que hemos conseguido hasta ahora, pero hay mucho más terreno que cubrir”, explica. “Hay muchos más instaladores que deben ponerse de nuestra parte”. Explica que con el apoyo de la industria solar, las especies autóctonas pueden tener ahora una oportunidad de resiliencia.