Energía eólica con(tra) el medio ambiente
Inés Pascal
Desde la creación del primer parque eólico en Navarra, más de 8.000 vertebrados han muerto en este tipo de instalaciones en la comunidad foral, a pesar de los estudios de impacto ambiental que suelen acompañar la construcción de este tipo de infraestructuras.
Desde el pasado 1 de septiembre el proyecto de Ley Foral del Cambio Climático y Transición Ecológica se encuentra en trámite, a la espera de ser aprobado por el Parlamento de Navarra. Un proceso largo y que provoca la expectación de un gran número de activistas y grupos ecologistas que temen que estas nuevas medidas traigan consigo nuevos problemas.
Este texto legal no solo ha sido calificado de insuficiente por plataformas como Alianza por el Clima, sino que ha sido incluso tildado de contraproducente. La cuestión comienza a raíz de algunas de las promesas que hace el proyecto como que, a partir de 2025, el 50% de la energía eléctrica consumida por la Administración Foral, las entidades locales y sus organismos públicos deberá ser certificada como 100% de origen renovable. A primera vista, esta situación futura resulta deseable la imaginamos desde el punto de vista humano. ¿Y la biodiversidad? ¿Y las especies de aves que mueren debido al obstáculo insalvable que suponen las turbinas de viento y las placas solares?
Según Ecologistas en Acción, más de 8.000 vertebrados han muerto entre las aspas de estos aparatos desde la construcción del primer parque eólico en Navarra, en el año 1998. Y este dato no debe llevar a pensar que no se deban construir estas instalaciones, pero sí que se tenga en cuenta las zonas en las que se emplazan.
Una de las principales quejas de grupos ecologistas es que los parques eólicos, en muchas ocasiones, se sitúan en tierras en las que se cultiva cereal de secano o en áreas de media montaña. Zonas de menor valor económico que otras, pero también el hogar de aves que se ven amenazadas por artefactos metálicos que se les imponen en defensa de una transición energética que quizá esconde más intereses económicos que medioambientales. De esta forma, murciélagos, aves migratorias y grandes planeadores como los buitres colisionan contra las aspas rígidas e imperceptibles para sus sentidos y caen muertos sobre la tierra que antes constituía su casa.
El fondo navarro para la protección del medio natural, Gurelur, echa en cara al Gobierno Foral que, tras ese intento de avanzar hacia las energías renovables, se esconde la industrialización de las pocas áreas de monte que habían escapado de las centrales eólicas. ara llevar a cabo esas instalaciones que ocupan centenares de hectáreas, los gobiernos y empresas a cargo se ven en la obligación de realizar estudios de impacto ambiental, en los que se incluyen los posibles daños a la biodiversidad. Sin embargo, no siempre estos estudios se desarrollan de forma adecuada.
Según un estudio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), los informes que se han utilizado hasta ahora en España para calcular el impacto ambiental de estos parques han seguido criterios erróneos. Desde que comenzó el estudio en 2018 se ha analizado el verdadero impacto sobre las aves de 20 estaciones eólicas españolas y, comparando los datos que se estimaban antes de su construcción y el número real de aves muertas, se ha concluido que no existe correlación entre ambas variables. Uno de los principales fallos que, según el CSIC, tiene el método utilizado hasta ahora es que se estudia el impacto del parque eólico en conjunto. Esto significa que se someten a las mismas estimaciones una veintena de turbinas que no se sitúan en la misma ubicación ni a la misma distancia de la siguiente. El impacto de cada aerogenerador varía mucho según la orografía del terreno donde esté situado y las corrientes de aire que se produzcan a su alrededor, por lo que el CSIC propone que se analice la amenaza que puede generar cada turbina antes de ser instalada.
De color negro
Otra cuestión diferente se plantea para los parques eólicos que ya ocupan territorio navarro y se encuentran a pleno rendimiento. Aunque se obligara a las empresas encargadas a repetir los estudios de impacto ambiental de sus instalaciones, resultaría muy complicado que los aerogeneradores se cambiasen de lugar si los resultados los calificaran como “amenazadores”.
4.000 rapaces, entre ellas 94 milanos reales y 10 alimoches, son solo algunas de las aves que han muerto en Navarra debido a la colisión contra las aspas de aerogeneradores en los últimos veintitrés años. La séptima causa de muerte de las aves, según Statista, que sitúa a los planes de transición ecológica del proyecto de Ley Foral en el punto de mira. Ya son más de 50 parques eólicos los que ocupan el suelo de la Comunidad Foral y los que la han convertido en pionera y referente europea en la producción de energías renovables. Una categoría de la que enorgullecerse, si no fuera porque quizá esté convirtiendo la instalación de parques eólicos en una acción contra el medio ambiente en vez de a su favor.
Por lo tanto, convendría idear una solución alternativa que permitiera que energía eólica y biodiversidad convivan en paz. Quizá el remedio pase por imitar lo que otros países han hecho antes. El Instituto Noruego para la Conservación de la Naturaleza lleva diez años probando un método sencillo para reducir la muerte de aves por colisión con aerogeneradores. Consiste tan solo en pintar de negro una de sus palas y que, de esta forma, resulte mucho más perceptible para las aves. Tras una década de estudio, se ha concluido que la mortalidad de aves en aerogeneradores pintados es un 72% menor que en los que no cuentan con una de sus palas pintadas.